Gladys Tato

Psicoterapia General y Especializada en Pacientes con Trastornos Orgánicos

Todos sabemos la importancia de lo que llamamos “Yo”, como el aspecto central de nuestra personalidad. El que desde la adolescencia se ve avasallado por la fuerza de sus deseos enfrentados a las limitaciones y exigencias que la realidad le impone. Esto es así para el resto de la vida y de la buena resolución entre lo que queremos, lo que debemos y lo que podemos, depende la mayor parte de nuestro equilibrio interior y por lo tanto nuestro bienestar. Quisiera en este artículo reflexionar sobre el incremento de los conflictos que le impone al Yo la realidad y la complejidad que ello significa.

El conflicto más habitual como ya lo señalaba Freud en El malestar de la Cultura es el apremio de la realidad y los límites o dificultades que ella nos presenta para la expresión y materialización de nuestros deseos. Nuestra capacidad, es decir cuánto “podemos” se pone a prueba a cada paso. Es así que sueños, capacidades para realizarlos y duelos por lo no realizado, forman un continuo que compromete las importancias de nuestra existencia.

Pero en nuestra época hay otras realidades que nos interpelan y que tienen que ver con lo que “podemos” no sólo por nuestra capacidad, sino lo que está o no permitido por nuestros valores y nuestras normas. Las guerras aunque no sucedan en nuestro territorio, la corrupción aunque no participemos, no nos son ajenas. De hecho cada vez más son motivos de reflexión en los espacios terapéuticos. De ello se habla, de ello todos opinan, porque nos involucra en la medida que refleja la ética y la moral de nuestra época, lo que nos interpela a reflexionar y a definirnos.

Adherir a la paz o la guerra, a la ilegalidad o la honradez no es fuente de conflictos solamente cuando nos vemos directamente involucrados. Es fuente de conflicto porque es lo humano, o mejor dicho lo peor o lo mejor de lo humano lo que se expresa en esas acciones. No reflexionar es un acto de omisión, pero creo que además es tan impactante que no se puede no hacerlo.

Es así que en nuestra actividad hoy más que antes “lo moral” y “lo ético” son fuentes de conflictos entre el Yo y la realidad, entre el Yo y sus semejantes, entre el Yo y su sistema de creencias y valores, que debe pensarse y reformularse, porque está transitando una crisis que no se puede ignorar.

Gladys Tato