Los dos últimos programas de mi columna semanal en canal 7 de Punta del Este los dedicamos a la violencia.
En los últimos tiempos asistimos a diferentes expresiones de la misma, violencia de género, delictiva, estudiantil, en el tránsito. No solamente es preocupante el aumento de la misma sino el hecho de que parecería que dividirla fuera una manera de disminuirla o diversificarla como problemáticas diferentes. Si bien es cierto que los contextos aportan cierta especificidad, no podemos dejar de reconocer que todo es violencia y que se da en una misma sociedad, lamentablemente la nuestra y que los diferentes contextos no hacen otra cosa que reafirmar que está aumentando.
Como psicoanalistas sabemos del dualismo pulsional constitutivo del hombre, pulsión de vida y pulsión de muerte. La violencia deriva de esta última, pero tiene dos acepciones diferentes según su propio significado, como son “el obrar con ímpetu y fuerza y el ejecutar fuera de la razón y de la justicia”.
De esto deriva su cualidad útil cuando está al servicio de la vida. Rompemos una casa para luego arreglarla, necesitamos fuerza para cambiar cualidades equivocadas por otras mejores, nos enojamos enérgicamente con nuestros hijos para educarlos, reclamamos con ímpetu por nuestros derechos y convicciones.
Pero otra cosa muy diferente es el obrar fuera de la razón. Para nosotros como psicoanalistas esta actitud consiente es por lo que muchos pacientes consultan y es necesario trabajar con ellos para entender qué motivos o “razones” inconscientes los llevan a actuar así. Pero esas son las personas para quienes su accionar es motivo de malestar, de preocupación y para nosotros constituye claramente un síntoma.
Lamentablemente no todas las personas violentas reconocen lo anormal de su conducta y por lo tanto no consultan, lo que puede llevar a dramáticas consecuencias.
La violencia social a la que asistimos no solo está fuera de toda razón sino fuera de toda justicia, es claramente injusta para quienes se ven sometidos impunemente a ella.
Con Freud también aprendimos de la existencia de un inconsciente colectivo, algo de lo que comparten sin saberlo integrantes de una familia hasta una comunidad.
La gravedad y la generalización de la violencia en nuestra sociedad creo que ha alcanzado la magnitud suficiente para ser considerada un síntoma.
Me parece vital que todos nos preguntemos: ¿qué está pasando en el inconsciente colectivo de nuestra comunidad?, ¿qué es lo que se está expresando con tanta violencia?, ¿qué sostiene esta pérdida de la razón y de sentido colectivo de lo que es “justo”’?.
Encontrar respuestas es responsabilidad de todos, no preguntárselo es ignorancia u omisión.
Gladys Tato